El amor en tiempos del mercado global

Por Cassandra Chay

Me declaro y confieso un ser altamente erótico y sexual. Según Audre Lorde, lo erótico es la fuerza vital, creativa y armónica presente en las acciones cotidianas de la vida. Es con nuestro cuerpo que experimentamos la pasión y la mística del ser, estar y hacer en el espacio-tiempo.

Comprender esa erótica desde un nuevo lugar e integrarla a mi existencia terrenal, me ha llevado a tocar miedos y ser consciente de mis limitaciones. En ese camino han aparecido mandatos, tabús e incertidumbres.

También he descubierto que la principal fuente de placer y plenitud está dentro de mí. Sí, mi humanidad es tan divina que todo lo que necesito para ser feliz lo puedo producir yo misma. Descubrir eso siendo mujer es un gran logro. Sobre todo, porque hemos sido construidas para que alguien más nos complete, nos dé placer y haga felices (me referiré sobre todo a las cuestiones psicoemocionales).

También lo viven los hombres, pero diferente (que lo cuenten ellos). En esto consiste el amor romántico desde esa realidad capitalista-heteropatriarcal. La dinámica de pareja, por lo regular hombre-mujer (pero no solo, porque también pasa en relaciones lésbicas y homos), funciona para que ambos seres se complementen a partir de sus carencias. Dicho de otra forma, es preciso que el poder se distribuya entre dos, pero de maneras jerárquicas, autoritarias y dominantes. Entonces siempre habrá un dominado y alguien que somete, aunque los roles vayan rotando como parte de la dinámica que nos explica Foucault, lo que permite que la fórmula para el acoplamiento sea perfecta.

La lógica para las mujeres es que debemos siempre depender de alguien y esperar a que nos llenen. La sociedad nos ha construido como seres vacíos. Mujer: igual a naturaleza, a las que se conquista, somete y violenta. Y en esta época se pornografía.

El intercambio del gana-pierde

He llegado hasta esta comprensión buscando(me), pero también frente a la necesidad física y espiritual de comprender qué es el amor, el deseo, la erótica sin salir perdiendo, como dicta la lógica de los negocios heteropatriarcales, es decir del mundo de hoy. Estas interrogantes me han llevado a explorarme, conocerme y a encontrar esos puntos fundamentales de placer y calma, sin deudas, cuentas por cobrar ni el riesgo a quedar vacía en un “supuesto” intercambio.

Empecé la reflexión con tristeza, por creer que no fui capaz de retener a alguien a mi lado y confundí muchas veces eso con falta de amor. Cuando encontraba “con quien”, fui descubriendo que en el intercambio lo último que querían aquellos seres era contribuir con “un placer mutuo” y menos comprometerse con algo a largo plazo, si muchas veces ni siquiera lo hacían con el cuidado o el bienestar de ese momento. Mucho estaba mediado por su conquista, mi sometimiento y su ganancia sin pensar en un escenario de gana-gana. Eso ni podría ser amor en años luz.

Empecé a dialogar con esos misterios, trayendo conmigo la tristeza y la soledad. La primera me enseñó que puede ser altamente distractora de las cosas esenciales y que, o encuentras qué te quiere mostrar o te quedarás atorada, pensando que la soledad es lo peor que te puede pasar y así construyes un círculo infinito de pesadumbre y desaliento. Al fin y al cabo, la tristeza está gestionada por un mundo que te quiere mal e insatisfecha, para que lo llenes con las compras o el consumo de otros cuerpos que están en la misma dimensión que tú.

La soledad es un espacio donde ocurren muchas de nuestras muertes, pero al fin y al cabo son las de nuestro ego, porque terminamos encontrándonos, la tristeza nos lleva hacia ella si hacemos las preguntas correctas. Al fin, ambas me enseñaron que puedo elegir cómo caminar. Y ese es otro de los dilemas del amor y el tiempo actual: la elección.

“La libertad de elegir”

Hace algunos años, cuando el mundo estaba en la búsqueda de un cambio de sentido debido al agotamiento de los procesos políticos y económicos, un señor Friedman escribió un libro sobre “la libertad de elegir”. Decía que los ciudadanos de los Estados debían ser capaces de elegir sobre sus vidas y que el Estado no tenía por qué meterse en estos menesteres. Solo así, suena bonito. El problema es que ese mercado del que habla Friedman, y que se refería a la no intromisión de los Estados en la producción de cosas y de venta de productos, lo cual tampoco es del todo real, porque elegimos lo que nos ofrecen, rige nuestras vidas enteras, hasta la médula.

Bien sabemos que Marx habló del funcionamiento del capitalismo, de la creación de necesidades y cómo las convierte en fetiches y fantasías, al punto que no puedes dejar de comprar y consumir para estar “in”.

Esta explicación me sirve para decir que no estamos eligiendo ni menos inventando formas diferentes de intercambio para amar(nos) en el marco del mercado global actual, sino respondiendo a las fantasías que surgen conforme los tiempos que vivimos que, además, se reducen, en su mayoría, a espacios virtuales, líquidos, que refuerzan estereotipos y ciertos mandatos que persisten en ese mercado global.

¿Cómo establecer relaciones amorosas en un momento de la historia humana en que nos volvemos más dependientes y consumistas de ciertas “cosas”? El amor forma parte de ese mercado global y no tiene un lugar que lo aterrice.

Y ahí surgen los conflictos. Estamos viviendo un tiempo en que el discurso nos pide ser más libres de elegir y decidir, pero en verdad no tenemos muchas opciones. Es decir, se puede elegir dentro de lo “que te ofrecen”, ni siquiera tenemos la capacidad de repensar(nos) y menos inventar qué quisiéramos.

De esta trampa de la libertad habla Byung-Chul Han en su ensayo “La agonía del Eros”, en el que intenta hacer un retrato de la sociedad actual y sus formas de “amar”. Y es que el momento actual, el neoliberalismo, nos impone la ilusión de la libertad. Misma que por ser ilusión, no es real, pero nos la creemos gracias a los deseos, a la fantasía y a la creación de necesidades que emanan de las entrañas de una sociedad de la información sin límites ni distingos de qué es real y qué no (la intangibilidad de la vida).


Esas decisiones y elecciones pues, están inmersas en el marco del mercado y el amor se mete en ese paradigma disfrazado de cosas que tal vez ¿ni serían amor? solo formas de relación con los otros, cargadas de poder adquisitivo, deseo visual, dominación y violencia.

Entonces puedes ser una chica que decide qué ponerse, qué tecnología usar, pero ¿con quién estar sin pagar un precio muy alto?


Las opciones de la era global

Para conseguir pareja (para el momento o para rato) se supone que debes convertirte en un producto, como un buen sirloin o un trozo de culotte colgando en la vitrina del súper hasta que alguien te vea y quiera llevarte. Se supone que tú decides si entras en el intercambio. Este nop, este like ¡espera el match! Y luego otro nivel de intercambio y decisión.

Y si alguna vez te sentiste descartada por no "encajar", en esa virtualidad descubrirás cómo existen nuevos elementos que te descartan y cómo tu descartas a otros.

En la virtualidad o en la realidad, resulta que me tiene que gustar ser erotizada con vulgaridad; que un hombre casado me quiera como su amante o su premio favorito; que me regale ropas para parecerle sexy; entre otras cosas.

Las relaciones se establecen sin ningún compromiso, porque es el tiempo en que la palabra no vale y de todas maneras los papeles tampoco. Nos queda claro, eso sí, que son y han sido garantes de la obtención y distribución de bienes y mercancías, incluyendo los cuerpos que ahí se pactan. Cásate y podrás tener acceso a mejores cuotas para viviendas, centros vacacionales y un lugar decoroso en la sociedad. Y “sexo gratis”, solo que no te dicen por cuánto tiempo (mientras llegan bebés, se acaba la magia, la novedad).

Pensar en compromiso no es una onda matrimonial. Solo creo que cada pareja o dispareja debería poder decidir en qué condiciones y cómo amarse. El Carpe Diem ayuda para no estar inventando rollos de pareja acartonadas y nos pone lejos de la monogamia, otra ilusión y contradicción que nos han reforzado en este mercado global donde la oferta y las estrategias para engañar son “infinitas”, pero el mandato es único, sobre todo para las mujeres.

Creo en la necesidad de hacer un esfuerzo por dejar sobre la mesa qué quiere cada quién y pasarla bien lo que dure, sin confusiones, ni ilusiones, ni promesas de ningún tipo. Pero ahí está otro dilema. En muchas ocasiones, a ellos ni les interesa cómo contribuir con un placer mutuo. Pues estar juntos es un asunto de compra: llegas, intercambias mercancía (no siempre en las mismas condiciones) y te vas.

Reflexiono: cuando estás con alguien sexualmente, estás poniendo tu cuerpo, estás dando permiso para que sienta. Lo mínimo que podemos hacer es tratarnos con respeto, dialogar en esa danza erótica-sexual que se genera en este tipo de situaciones y darse todo en ese momento; mañana, no sabes, no importa. Estar presente y elegir esas formas de estar.

Y en ese sentido, en las relaciones heterosexuales no se logra entender que no sólo el coito erotiza. A mí me erotizan las charlas, las comidas, la idea de viajar, de jugar, de hacer travesuras. Y eso me pasa con mis amigas, eso no quiere decir que me las quiera coger, solo que el amor nace de ese tipo de situaciones. De las ganas de estar, permanecer (y no en el tiempo), de cuidar. Ahí hay erotismo ¿acaso amor? y sucede en ese instante. Y eso no implica relación de pareja, tal vez ni amor, solo una relación comprometida (de cuidado, de contribuir con el crecimiento en ese instante, porque es tu aquí y ahora).

Y perdimos los sueños...

El amor no es esa acción de poseer a las personas, como hemos aprendido, me he descubierto amando con plenitud cuando comparto un café y tengo una buena charla. Un yogui muy conocido dice que el amor es algo en lo que te puedes convertir, es algo cotidiano. Es esa erótica de la que habla Audre. Tampoco es la forma en que se amaron nuestros padres y abuelos. Pero entonces ¿cuál es nuestra forma de amar?

El acto sexual no sostiene relaciones y aunque lo sabemos, queremos que alguien nos ame solo por eso, en un momento de la historia en donde ni siquiera podemos comprometernos con nosotros, con el planeta, con nuestro aquí y ahora. Las mujeres hemos aprendido así. Los hombres tienen más horizonte al respecto, pueden estar con gente y no sentirse comprometidos a volver.

¡Ah! y por otro lado queremos estar con la misma persona para siempre. Si eso pasa, es tu karma, pero aprendimos a vivir con relaciones tóxicas o sufrir eternamente al terminar con una relación que no dio para más. Vivimos los tropiezos y dificultades como castigos. Sin entender que la vida nos los pone para evolucionar humanamente. Pero caminamos entre la contradicción de los discursos de libertad, la realidad que nos estigmatiza si somos libres, lo que está en el imaginario de los otros, que no creen en la otredad ni en la monogamia, pero nos la exigen a nosotras.

¿Y los sueños, cuáles sueños? En esta sociedad se han perdido, nadie sabe de qué van o cómo se construyen y menos que pueden ser colectivos. Y cuando estamos en pareja lo único que se nos ocurre es matrimonio y reproducción.

Una vez llegó alguien y me propuso una relación abierta, habló de lo que quería, pero jamás me preguntó qué quería yo. Me quedé pensando, pero nunca tuve oportunidad de decírselo, no hubo lugar para ello. Nunca más volví.

Cuando iba a casarme la primera vez, salí huyendo. Descubrí que no era lo que quería, que estaba yendo por la senda de los sueños de otras. Lamentablemente no corrí lo suficiente y volví, pensando que había hecho mal. No me casé, pero establecí una relación con aquel chico. Las cosas no funcionaron y me tocó experimentar en carne propia lo que era estar con alguien violento.

Ese susto me ayudó a saber que mi carrera era lo más importante y aquello fue lo que elegí. No tenía por qué casarme, como todas. Pero se me olvidó nuevamente frente al pensamiento dominante y me casé; todo se terminó después de que descubrí que quería mantenerme en su pesadilla. No teníamos un sueño juntos, él quería que yo renunciara a mis sueños para ser feliz con casa, carro, chucho... Lo intenté, pero terminé yéndome. No es lo que me erotiza y seguí buscando(me).

Pensé que lo mejor era aventurar y en esas me topé con un comprometido. Para qué contarles toda la historia, solo diré que me tocó reconstruir el corazón, el alma y el cuerpo.

Todo esto vale para decir que hemos olvidado tanto los sueños en una sociedad de consumo, donde valemos por lo que tenemos y por eso muchos han aprendido a cazar con sus cosas.

En una ocasión llegué a casa de un amigo, quiso deslumbrarme con sus autos finos y un anillo de diamantes que valía mucho dinero. Lo puso en mi mano, lo observé, nunca intenté ponerlo y se lo devolví. Jamás volvimos hablar del tema. Otros han presumido con tecnologías, casas, carros, en fin.

Algo que tengo claro es que no me interesa la riqueza material de la gente, esa les pertenece. Me erotizan sus almas, sus empatías, sensibilidades y su capacidad de dejarse tocar por otras almas, aún con sus (nuestros) miedos. Su libertad real, no la que impone el neoliberalismo, que es aparente o más bien que te exige comprar ad infinitum, ser exitosa, productiva y gozar de beneficios en una realidad permitida. Ese es mi sueño individual, supongo que si llega alguien con ganas similares, habrá que platicarlo e inventarse algo factible.

Entre otras historias, para un Día de muertos un chico me besó a lo largo de 21 kilómetros y me hizo una propuesta al llegar al kilómetro 0, y como cuando tengo ganas digo que sí, sin juegos ni rodeos, nos quedamos juntos. Antes de cualquier cosa, sus fantasmas no le permitieron siquiera disfrutar un solo momento. Pasé una noche de espantos y al principio pensé que había sido yo, cuando lo platiqué con una amiga, descubrí un patrón.

Alguien, cuyo máximo miedo era el tamaño de su miembro, quiso que me peleara con su amiga clandestina, le dije con sinceridad que no solía protagonizar peleas “de huevos” y los dejé a él y a su amiga en el enredo en que se metieron.

Las formas de relacionarnos en pareja, y en este caso de erotizarnos, están atravesadas por las carencias, miedos, fantasmas, abandonos, mierdas y vacíos que también nos produce esta sociedad de mercancías. Historias hay para contar y mientras nuestras vidas deben responder a los ideales de nuestras madres, del mercado y de ellos, no hay lugar para construir sueños.

Perdida en este mar de seres (¡no peces!) y de mandatos jodidos que dictan desde hace más de 2000 años cómo deben ser las parejas, aunque las relaciones, las personas y las sociedades han cambiado (mientras en Guate se promulga una ley acorde a los tiempos del oscurantismo), todavía no sabemos qué nos ha pasado y así vamos por el mundo relacionándonos sin la magia, los rituales de esos momentos ni la fuerza de la erótica.

No somos capaces de soñar, estamos tan metidos en los papeles que nos dan a elegir: machos alfas y hembras liberadas, por decir algo, que hemos perdido los sueños que se podrían construir de los diálogos, que no existen porque no queremos escuchar (nos), ni siquiera vernos.

Y algo que aprendí es que, si a nosotras nos niegan desde pequeñas la posibilidad de construir sueños, ellos tampoco saben lo que quieren como horizonte.

La tarea de amar(nos)

En este camino, he descubierto que amo mi soledad, que me gusta estar sola y que también podría encontrar a alguien con quien viajar, compartir, ir a algún lugar chilero, hacer cosas divertidas y reir juntos, algunas veces. Un alguien independiente, responsable de sí. Utopías, puras utopías. Pero me encantaría su conciencia y su erótica puesta en su cotidianidad. Mientras tanto, disfruto todo ello en las amigas, mi familia, en los momentos cotidianos y, deplano, prefiero masturbarme y disfrutar cada día de mi vida como viene, porque la vida es hoy y el amor es propio.

Más allá de todo, agradezco a cada uno de los seres con quienes estuve, las cerradas de puertas y sus rechazos, porque con cada uno aprendí a encontrarme, a valorarme y a definir qué y a quiénes realmente quiero cerca, por aquello de que se puedan tejer sueños colectivos.

Al final de todas estas historias descubro que estoy aprendiendo a amar.

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